El maestro by Mario Escobar

El maestro by Mario Escobar

autor:Mario Escobar [Escobar, Mario]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-10-04T16:00:00+00:00


Capítulo 20

Una infancia feliz

A MEDIDA QUE ENVEJECÍA ME ACORDABA MÁS de mis padres. Había escuchado que cuando pronuncias el nombre de los muertos los traes, en cierta forma, de nuevo a la vida. La felicidad siempre me había sido esquiva, pero la infancia fue lo más parecido que tuve a alcanzarla. Era un niño solitario, ensimismado y taciturno, pero con muchas ideas en la cabeza y siempre entregado a las causas perdidas. Recordaba a los gitanos que cantaban villancicos en Navidad para ganarse unas monedas y ya me preguntaba por las injusticias de la vida. Ayudar nunca me ha hecho extremadamente feliz, únicamente ha limitado mi infelicidad. Ahora que tengo verdaderas razones para estar desesperado, siento que he perdido mucho tiempo preocupándome por cosas que nunca sucedieron, pero tal vez sea esa la condición humana. A los diecisiete años intenté escribir una novela titulada El suicidio. El protagonista odiaba la vida por el miedo que tenía a volverse loco. En el fondo, aquel muchacho asustado de mi libro no era otro que yo mismo. La enfermedad de mi padre, su locura y muerte siempre me habían estremecido. En aquel momento no sabía la fina línea que separa la cordura de la enfermedad mental.

Nunca me sentí especialmente amado, sabía que mis padres me querían, al igual que mis abuelos, pero nunca expresaban afecto. No ser amado y no saberlo, para el caso es lo mismo, por eso escribí el libro Cómo hay que amar a un niño. Lo único que necesitan los niños para ser felices es sentirse amados y nosotros nos empeñamos en darles cosas y enseñarles aritmética.

Antes, los orfanatos eran cárceles o cuarteles, ahora son residencias de ancianos. Los niños se quejan por todo, aunque no les falta nada, por eso me pregunto en qué fallamos. Les damos cosas, pero ellos quieren nuestro tiempo y sobre todo nuestro afecto.

Me acerqué a la cama de León, un niño enfermizo que llevaba cuatro años con nosotros. Su piel cetrina rebelaba que no se encontraba bien físicamente, pero lo más triste es que tras su extrema debilidad sobre todo se veía su ira, frustración, tristeza y añoranza. Parecía un anciano que recordaba el pasado con el halo de tristeza que siempre marcan los años.

—¿Por qué no comes más? —le pregunté.

El niño miró el plato junto a la cama, sobre la mesita, y negó con la cabeza.

—Esa comida no es mía —contestó con el ceño fruncido.

—¿No es tuya? Entonces, ¿de quién es?

—Es de Julián.

El día anterior ese niño había fallecido. Llevaba mucho tiempo enfermo y era un amigo inseparable de León.

—Julián ya no está con nosotros, se ha marchado al cielo.

El niño se encogió de hombros.

—¿Los niños judíos vamos al cielo?

—Claro —le contesté.

—¿Al cielo de los niños arios? —me preguntó asombrado.

—Sí, únicamente hay un cielo.

—Yo no quiero ir allí. Nos han tratado muy mal los arios, no quiero que hagan lo mismo en el cielo. Julián murió por su culpa, todo es por ellos.

—Los niños no sois inocentes, pero no tenéis culpa de lo que está pasando.



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